Es una época que aún hoy interesa a los investigadores porque significó una bisagra en la historia: habÃa grandes contrastes y convivÃan hábitos de la colonia con los primeros avances de la modernidad. EPICENTRO. LA PLAZA 11 DE SEPTIEMBRE EN 1867. YA ERA UN PUNTO NEURALGICO DE LA CIUDAD, DONDE LLEGABAN LAS CARRETAS CON MADERA, LANA, CUEROS, FRUTAS Y VINOS. (Foto: Benito Panunzi/ Colección Gotta) AMBULANTES. UN CANILLITA Y UN VENDEDOR DE PESCADO. AMBOS VOCEABAN SU MERCADERIA POR LAS CALLES PORTEÃ'AS. (Foto: Christiano Junior/ Colección Abel Alexander) Nora Sánchez. nsanchez@clarin.com La cúpula de la Iglesia Nuestra Señora de Balvanera enmarca la escena desde lejos. Los edificios de Once no existen, pero sà el ferrocarril y la plaza, que es uno de los puntos de concentración adonde llegan carretas con madera, lana, cueros, frutas o vino. Es 1867. Bartolomé Mitre es el presidente de la Nación y la calle que lo homenajeará todavÃa se llama Piedad. La foto de Benito Panunzi, que ilustra esta nota, retrata los contrastes de una década bisagra, entre 1860 y 1870, en la que Buenos Aires dejó de ser una aldea. "Las imágenes documentan cómo la colonia convivÃa con la modernidad Âexplica Luis PriamoÂ, que rescató fotos de Panunzi y Esteban Gonnet y editó el libro "Buenos Aires, ciudad y campaña". Allà se ven gauchos e indios, también la Aduana Taylor y el primer Teatro Colón, que ya no existen. Con menos rating que otras épocas más glamorosas, sin embargo, la década de 1860 sigue fascinando a los historiadores. Como al investigador y experto en genealogÃa Jorge Lima, del Instituto de Estudios Históricos de San Isidro, que prepara una obra basada en un catastro de la época (ver Una población...). Es que esos años marcan la llegada de la modernidad a esta orilla. Son tiempos de transición, donde las costumbres coloniales coexisten con los avances de la era industrial. En 1862, un año después de la batalla de Pavón, Buenos Aires se reincorporó a la Nación y se convirtió en la sede de las autoridades del paÃs reunificado. La ciudad floreció, sostenida por su puerto y la riqueza de la región pampeana. La sociedad avanzaba al ritmo de los tiempos. En 1860 se celebró la primera boda judÃa, entre el joyero francés Salomón Levy Shwab, de 38 años, y su novia Elisabeth, de 17. La autorización judicial fue lograda por el abogado y católico notable Miguel Navarro Viola que, según cita la revista Todo es Historia, opinó que se trataba de "un comercio moral de los pueblos civilizados y cultos". Los extranjeros traÃan su trabajo e industria, "dándoles nosotros las ventajas de poderla ejercer con la más amplia libertad, sin preguntarles cuál es la forma en que adoran a Dios". El censo de 1869 reveló que Buenos Aires tenÃa 177.787 habitantes, el doble que en 1855. Y casi la mitad eran extranjeros. Esta inmigración se reflejaba en los comercios. En su libro "La Gran Aldea", Lucio V. Mansilla critica a los nuevos tenderos franceses y españoles y describe las tiendas de origen criollo, de 1862: "Las tiendas europeas de hoy, hÃbridas y raquÃticas, sin carácter local, han desterrado la tienda porteña de aquella época, de mostrador corrido y gato blanco formal sentado sobre él a guisa de esfinge". A la hora de la diversión, muchos porteños eran asiduos de las riñas de gallos, reglamentadas en 1861. HabÃa una en la calle Venezuela 162 y la temporada se extendÃa de mayo a enero. Más elegante era ir a la ópera en el primitivo Teatro Colón, que estaba en Rivadavia y Reconquista, donde hoy se levanta el Banco Nación. Inaugurado en 1857 con La Traviata, de Verdi, el teatro era una obra de Enrique Pellegrini, padre del que serÃa presidente. TenÃa capacidad para 2.500 personas y una sala de 15 metros de ancho iluminada por una gran araña de lámparas de gas. La platea estaba reservada para los hombres, mientras que las mujeres se ubicaban en la "cazuela". En ese entonces, la actual Plaza de Mayo eran dos plazas: la 25 de Mayo y la de la Victoria. Las separaba la Recova Vieja, propiedad de la familia Anchorena, que alquilaba sus locales para comercios. "Fue construida en nueve meses, duró 81 años y fue demolida en cinco dÃas", dice León Benarós en Todo es Historia. Es que, levantada en 1803, la Recova fue tirada abajo en mayo de 1884 por orden del intendente Torcuato de Alvear, que querÃa despejar la plaza para la fiesta del 25. En agosto de 1857 se inauguró el primer ferrocarril, el del Oeste, que iba a Floresta. Y seis años después nació un nuevo transporte que revolucionó la ciudad: el tranvÃa a caballo. Al principio, acercaban a los viajeros a las estaciones de trenes. Pero muy pronto, se extendieron: en 1871 ya habÃa cuatro compañÃas que cubrÃan 300 cuadras. Por aquellos dÃas, las calles eran angostas y cuando llovÃa, se volvÃan arroyos. "Entonces Âcuenta Benarós en Todo es Historia aparecÃan hombres con unas tablas que tendÃan de una acera a otra, recogiendo pingüe ganancia de los transeúntes que querÃan pasar al otro lado". Es cierto que caminar ofrecÃa sus peligros. En 1869, un diputado nacional se cayó cruzando el puente del arroyo Tercero, en Paraguay y Florida, y quedó vergonzozamente embarrado. En 1869, mientras las entidades bancarias se multiplicaban, el hotel Hispano-Argentino de la calle Piedras, entre Belgrano y Moreno, alojaba a una delegación de 17 indios patagónicos. "El dato surge del censo de 1869 Âcuenta Jorge LimaÂ. La comitiva estaba encabezada por el cacique Faustino Huenchuquir, de 70 años". Curiosidades de una Buenos Aires que dejaba atrás su pasado colonial para transformarse en una urbe cosmopolita. Una población heterogénea Entre 1860 y 1870, por orden de la Municipalidad porteña, el ingeniero inglés Peter Beare hizo el primer relevamiento minucioso de Buenos Aires, manzana por manzana, casa por casa. El original de este trabajo se conserva en el Museo de la Ciudad. Basado en los datos de este catastro, los del censo de 1869 y un almanaque comercial de la época, el historiador Jorge Lima prepara una obra sobre "La ciudad de Buenos Aires y sus habitantes" en esta década. "Tomando una manzana testigo, noté que sólo el 29,4% de sus habitantes eran de Buenos Aires. El 66% eran europeos y el 40% de los extranjeros eran de paÃses de habla no hispana", afirma Lima. El historiador también repasa los apellidos de las familias ricas, dueñas de la mayor parte de las propiedades de la ciudad: los Anchorena, GarcÃa de Zúñiga, Blaquier, Escalada y Ezcurra. Y narra una curiosidad, surgida del censo de 1869: "Los rufianes, alcahuetes y rameras fueron censados en sus locales, que eran legales. Las prostitutas aún eran argentinas, generalmente del interior, y los rufianes y alcahuetes eran alemanes y franceses". Con el tiempo, la mayorÃa de las prostitutas también provenÃan de Europa.> |
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