Tuesday, May 1, 2007

Felipe el hermoso se muda a Buenos Aires

Felipe el hermoso se muda a Buenos Aires


La torre Grand Bourg, de estilo historicista francés, pone en evidencia la actitud de sus autores, que no han sabido asumir las responsabilidades de su lugar de privilegio.



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Rafael Iglesia. Arquitecto.






El rey galo ha decidido tener morada en Buenos Aires. Como corresponde, la suya será una torre estilo francés que próximamente se inaugurará en la Reina del Plata. Lamentablemente es de hormigón (¡pobre hormigón, las cosas que le hacen hacer!). Su nombre: Grand Bourg. Hay quien apuesta que tendrá caballerizas y lugar para los carruajes, aposentos para los esclavos y todo lo necesario para recrear como se debe una época. Para ello, ha convocando a jóvenes estilistas de esta ciudad que, aunque puedan no tener muchas cosas en claro, es gente muy informada que sabe de antemano qué se va usar este verano.


Ante todo diremos que estilo es un conjunto de obras análogas, cuya semejanza es fruto de la orientación con la que establecen determinados supuestos sobre las posibilidades artísticas de un tiempo. Para ser claro y poner el acento en esto último, digo: aunque nos arropemos con indumentarias del pasado y nos paseemos por la campiña junto a una dama con miriñaque, seremos contemporáneos (un poco ridículos), inevitablemente contemporáneos. Estilo, en última instancia, sólo tienen aquellos que no tienen estilo.


Se argumentará que en el terreno artístico recurrir al pasado es frecuente. Picasso se basó en trabajos anteriores, incluso en ajenos, para componer Las señoritas de Aviñon y el Guernica. Beethoven rememora los tramos finales de su Fantasía Coral, opus 80 en uno de los motivos de su Novena Sinfonía; el mismo Corbu no dejó de aprender de los antiguos griegos. Hay infinidad de casos, todos procedimientos lícitos a la hora de crear; pero bailar con un cadáver es otra cosa: es necrofilia.


La torre francesa recaló en Palermo Chico y, en realidad, no debiera causar asombro. Empresa que no supone dificultad alguna ya que en la Argentina copiar estilos no es nuevo, sino una modalidad que ciertos arquitectos han elevado a la categoría de verdadero fundamento. Y ésta fue, en gran medida, la suerte que por aquí corrió el Movimiento Moderno, movimiento que es estética —pero más importante aún— ética que permite pensar y organizar desde el hábitat particular hasta las grandes estrategias urbanas. Sin embargo, la gran mayoría de las obras locales que adscribieron a él sólo son una muestra de estética y de la ética no ha quedado ni rastros. En Rosario, mi ciudad, por ejemplo, De Lorenzi ha desarrollado una de las obras más importantes del racionalismo, como es su edificio ubicado en Oroño y Córdoba, lo que no impidió que, cien metros más adelante se desdijera con un ecléctico edificio neo-colonial-barroco, entre otras cosas. Esta manera de operar puede producir buenas y malas obras (como de hecho las hay), pero no necesariamente grandes arquitectos.





Hce poco tuve la oportunidad de ver parte de la producción arquitectónica contemporánea de San Pablo. En ella se respira convicción y una toma de conciencia fuerte sobre qué producir, que se aleja de la elección cómoda de reproducir meramente una forma. Para esto hay que tener un cierto espesor cultural, grandes convicciones (como dije) o una férrea ideología política que no permita descuidar el rumbo ético. Y recordar siempre que la información es un paso previo al conocimiento.


En consecuencia, no podría imaginarme a Mendes da Rocha, Niemeyer o al mismísimo Amancio Williams haciendo la dirección de obra de una mezquita posmoderna o entregando tres propuestas diferentes para tratar de ganar un concurso a cualquier precio. Actitudes como éstas son las que convierten un espacio de debate intelectual en una justa deportiva. Incluso me cuesta pensar en mecenas como Victoria Ocampo consumiendo estas cosas. Se es por lo que se hace y por lo que no se hace.


Los arquitectos paulistas tienen ese espesor; y los maestros, además, fuertes convicciones políticas. Estas son las razones que impiden que uno los pueda imaginar haciendo una torre francesa, salvo que estén pensando en la Bastilla.


La arquitectura no sólo revela la sociedad donde se desarrolla: expresa sus valores, el nivel cultural del poder y sus amanuenses y, sobre todo, revela cuál es su ética.


Pero volvamos a nuestra torre francesa. Algunos pretenden sostenerla como una actitud valiente ante el gran desafío de seguir fielmente ese estilo, según los propios dichos de los interesados. Desafío es querer cambiar el mundo, no embalsamarlo. Lo que está claro es que lo único que quieren cambiar es el auto, la casa y quién sabe cuántas cosas más. Desafío no es sólo responder a la demanda, sino educarla, ésa es la dificultad a la que hay que responder. Y entender que el comitente se refugia en el pasado a causa de la incapacidad que hay de dar respuestas contemporáneas. Seguramente, este comitente no le insinuaría a Frida Kahlo o Xul Solar qué colores son los predilectos del mercado.





Esta obra pone en evidencia la actitud de sus autores, que a pesar de haber obtenido un lugar de privilegio, no han sabido asumir las responsabilidades y dar las señales de quienes, presumiblemente, traen nuevos vientos.


De la misma manera que el poder en Argentina no supo construir un país, nosotros (arquitectos) no hemos podido escapar a esa manera de hacer en la que siempre termina ganando la codicia y la ignorancia de unos pocos. Sin embargo, la torre no merece ni indignación ni estupor si se la compara con lo que estamos viviendo como sociedad. Ni siquiera pondrá en peligro el valor urbano de Buenos Aires, ni el de la cuadra; sólo será una curiosidad, un capricho de aquellos que tanto tienen en algunos rubros y son tan pobres en otros.


Esto tan sólo provoca un poco de tristeza. Siempre es doloroso cuando muere gente tan joven.>

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