Nota completa: http://www.lanacion.com.ar/Archivo/n...nota_id=675182 Museo y convento El Convento de San Carlos Borromeo comenzó a construirse cuando expiraba el siglo XVIII. El interior es un laberinto de frescas galerÃas repletas de arcos, que encierran varios patios, en donde los frutales interrumpen el prolijo césped. Los pisos son de cerámica y paredes blancas, con aberturas de cedro paraguayo pintadas de verde. Excepto por las ampliaciones posteriores, podrÃa decirse que se conserva casi como aquel dÃa de 1813 en que se desarrolló el drama. En el interior silencioso del convento -que es museo, pero sigue siendo convento- hay principalmente salas con obras de arte sacro y otras con objetos que hacen a la historia del lugar. Sólo un puñado de habitaciones hablan del combate: la más importante es la habitación en la que durmió San MartÃn, que está amueblada tal como la habrá visto el militar, con una cama con elástico de metal, un baúl y una biblia, entre otros objetos. "Los muebles son iguales, pero no podemos decir que hayan sido exactamente los que utilizó él", aclara Graciela Mengiba, una de las tres personas que atienden a las casi 30.000 visitas que llegan por año al museo, casi todos alumnos de escuelas. También allà se exhiben facsÃmiles de cartas, balas de cañón, un par de broches pluviales de la capa de San MartÃn, restos muy corroÃdos de un hacha, una hebilla y lo que podrÃa ser la empuñadura de un sable -excavados en las cercanÃas-, y una bala extraÃda del cuerpo de un granadero, que se conserva como un joya en un estuche con paño rojo. Tras atravesar dos viejas escaleras, ya en la espadaña del convento (el campanario desde donde San MartÃn observó el desembarco enemigo), Mengiba relatará la historia de cómo fue descubierta la fosa común en donde descansaban los hombres que perdieron la vida en el combate. "Ocurrió en los años 40. HabÃa una anciana muy viejita que aseguraba que su padre habÃa ayudado a sepultar a los granaderos. DecÃa que la fosa estaba allá", afirma, y señala en diagonal hacia el Sudoeste, justo en donde hoy está el patio de deportes del Colegio San Carlos. "Le hicieron caso -continúa Mengiba-. Estaban los huesos, aunque sin individualizar". Hoy, esos restos descansan en el convento, en dos urnas, entre decenas de otras urnas que pertenecen a frailes franciscanos muertos allÃ. Desde la misma espadaña, hay que hacer un gran esfuerzo para imaginar la visión que tuvo el gran militar del campo de batalla antes del combate con su catalejo. Ya no se ve el rÃo desde allÃ, sino una mezcla de copas de árboles (entonces no habÃa más que vegetación baja), tejados de las casas cercanas, galpones y antenas. Cómo las tropas de San MartÃn y las de Zabala se encontraron en el campo de batalla es una historia dentro de la historia. Se sabe, sÃ, que San MartÃn venÃa en camino cuando Celedonio Escalada, comandante militar de Rosario, descubrió a los invasores. TenÃa bajo su mando a 58 gauchos mal armados y un cañoncito de montaña con el que les tiró a los realistas desde la orilla, que le devolvieron el favor desde sus barcos con todo. Se sabe del mensajero que le envÃa Escalada a San MartÃn y de los barcos invasores, que estuvieron desde el 30 de enero fondeados frente a San Lorenzo (incluso, los realistas obtuvieron frutas y gallinas de los frailes). Vaya a saber por qué, se quedaron unos dÃas allà y decidieron desembarcar toda la tropa en la madrugada del 3 de febrero. Para su desgracia, San MartÃn ya los estaba esperando. Saludos cordiales.> |
0 comments:
Post a Comment