Una prolongada sequÃa ha venido afectando a las cuatro lagunas de la Reserva Ecológica de la Costanera Sur de esta ciudad. Eso ha determinado una notoria bajante en el nivel de las aguas. Tamaño descenso ha puesto a la vista qué son capaces de hacer muchos visitantes del lugar, maleducados e indiferentes, quienes no parecen tener demasiado interés ni afecto por ese pequeño gran milagro que la naturaleza se encargó de crear, pasando por encima de las decisiones de los hombres. Hasta lo más increÃble ha quedado a la vista como consecuencia de este fenómeno. La Laguna de los Coipos, en el borde de la avenida Tristán Achával RodrÃguez, es la más afectada por este increÃble maltrato del público. Pueden verse, entre los elementos arrojados a las aguas, algunas cosas previsibles, aunque de ningún modo justificables, como restos de comidas o de envases de vidrio y plástico, pero también objetos insólitos, como crucifijos de metal o urnas funerarias, en algunos casos con cenizas humanas, al igual que armas o cajas fuertes. Alberto Oliveira, coordinador de esta reserva, ha llegado a decir cosas que deberÃan producir una vergüenza generalizada en los responsables de esas gravÃsimas faltas de urbanidad: "Hay una clara falta de educación y de cultura. Ni siquiera les pido que caminen dos metros y tiren las cosas en los cestos de basura. Es preferible que las dejen en el piso y no que las arrojen al agua". Ese reproche tiene total justificación, porque con las bolsas se atragantan las aves; con los hilos pueden enredarse las tortugas, y la descomposición del papel disminuye el nivel de oxÃgeno de las aguas, con todos los peligros previsibles para la fauna acuática. Es necesario aceptar que los porteños somos especialmente proclives a maltratar nuestros espacios públicos y, en particular, los no muy abundantes espacios verdes, que deberÃan ser objeto de más atención que todos los demás, por la evidente escasez de lugares de esa clase en nuestra ciudad. SerÃa totalmente injusto decir que se trata de un problema argentino, porque no se observan actitudes equivalentes en otras ciudades y pueblos del paÃs. Esta basura, que la gente arroja con tanto desprecio a las aguas, resulta mucho menos comprensible si se piensa que los visitantes de este sitio suelen decirse amantes de la naturaleza y, por ende, cabrÃa considerarlos incapaces de producir semejantes daños. Es necesario, sin embargo, admitir la existencia de algunos grupos especialmente capaces de producir verdaderos desastres por no caminar un par de metros hasta los cestos de residuos. Se trata, sin duda, de verdaderos vándalos, quienes suman esa condición depredadora a una ignorancia casi increÃble acerca de qué son las lagunas y cómo el sistema ecológico opera en ellas. Si dañar el rÃo es malo, mucho peor es hacerlo con las lagunas, que no pueden librarse de estos desechos y solamente cuentan con el aporte de las lluvias para recuperar su nivel. Además, convendrÃa mejorar el cuidado de este paseo, que no cuenta con todo el personal que requerirÃa para ese fin. La Reserva Ecológica, concurrida por miles de visitantes diarios, es una suerte de vÃctima permanente. Cuando no es agredida por la desidia, la mala educación y la incompetencia, cae en manos de la codicia que sólo ve en ella una plataforma ideal para tentar negocios inmobiliarios disfrazados de iniciativas urbanÃsticas. De allÃ, por supuesto, la mayor parte de los dudosos incendios que hacen presa de ella en forma periódica. Si es sincera la proclamada aspiración de preservar la Reserva Ecológica -protegida por la Constitución local- habrá que alentar la esperanza, pues, de que mejore el nivel cultural de casi todos los porteños. Hasta entonces, la lastimosa visión de los lechos de las lagunas depredadas seguirá demostrando que estamos muy lejos de saber cuidar este regalo de la naturaleza. |
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